“Se acabaron las noches de descanso”. “Bienvenido a los desvelos”. “Ya no volverás a dormir igual”. Eran algunas de las frases que los experimentados padres me hacían llegar cuando se enteraban del embarazo de mi esposa. Siempre di crédito a sus comentarios, sin embargo, atinaba a pensar que más de alguno exageraba en su facciosa postura de padre sufrido. Como intentando darme valor contestaba que si me desvelo para otras cosas ni modo que no lo hiciera por mi hijo.
La primera noche de desvelo fue con el propio nacimiento. En parte porque Carlo Damián nació a las 20.30 horas. Otra parte corrió a cargo de la incredulidad momentánea que acompaña al evento, basta que te encuentres en los zapatos de ser un nuevo padre para entender la delgada línea que se encuentra entre la comisura de la reacción por la agradable noticia y el momento, bastante prolongado, en que te cae el 20.
Debo admitir que es un bebé bien portado. Tiene un horario de comidas que es cumplido con regularidad, salvo algunas ocasiones en que el chamaco se pone difícil y los manipulados padres ceden a la presión del llanto para prepararle sólo 1 onza más de leche. Así, el momento difícil es dormirlo después de caída la tarde, ya que acostumbra hacerlo hasta media noche. Después de eso, se despierta cada 3 horas, toma su bibí y se vuelve a dormir.
Ambos padres, iniciamos cada día cansados, somnolientos, apesadumbrados, pero muy contentos por tener a nuestro bebé. En verdad vale la pena cada hora de desvelo cuando miro su sonrisa matutina.