Anteriormente, he sido sometido a intervenciones quirúrgicas y sé que después de salir de quirófano tardas hasta 3 horas en recuperarte de la anestesia. Antes de eso no te mueven de observación, por lo que deduje aún me quedaba tiempo. Estuve merodeando hasta que aproveché la confusión del guardia y me interné por la sala de urgencias, caminé un buen tramo buscando las instalaciones de Tococirugía y discretamente me establecí en el obscuro pasillo que conecta a la morgue, de ahí podría ver cuando salieran para trasladarla a cuarto.
Pasé 2 horas por esos gélidos pasillos en soledad. Debo admitir que la espera, más que el frio o la obscuridad, me calaba en los huesos. En mi mente sólo elucubraba con el momento de verlos. Tampoco podía comunicarme al exterior porque en esas instalaciones el celular no recibe señal. Al siguiente día descubriría que los mensajes en que anuncié el nacimiento de mi primogénito se enviaron de madrugada. Así que te pido una disculpa, querido lector, si te desperté al compartirte mi felicidad.
En eso estaba cuando un diligente camillero me acercó a la salida de Tococirugía. Instantes después se acercaba una camilla con mi princesa hermosa somnolienta por los efectos de la anestesia. “¿Cómo estás?” Atiné a preguntarle. “Bien”, fue su respuesta, agregando “conoce a tu hijo”, mientras una enfermera lo alzaba mostrándomelo. No pude contenerme, me dirigí hacia él y lo tomé en mis brazos. Sentí que una gran confluencia de miles de sensaciones me invadía brindándome la mejor alegría que alguna vez hubiera pensado, finalmente estaba cargando a Carlo Damián.
Sin duda alguna, a pesar del trasiego de las últimas horas, éste que estaba por concluir era el día más feliz de mi vida.
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