Habría pasado una semana después de la gran noticia cuando acudimos con la ginecóloga. La mente se volcaba en un mar de dudas planeando preguntas para la galena. Así, arribamos a la sala de espera del consultorio donde una pareja aguardaba su turno antes que nosotros. Ella mostraba panza pronunciada y cara de ternura, su postura en el asiento indicaba cansancio. Me imaginaba a mi esposa cuando llegara a verse de la misma forma.
Después del protocolo, la especialista procedió al examen físico de la futura madre donde el ultrasonido arrojó una imagen distorsionada del interior de su vientre. Se percibía una célula en gestación, era mi hijo formándose. Lancé un par de preguntas estúpidas, mismas que con suma paciencia fueron aclaradas. Continuó con indicaciones para los cuidados de la futura mamá. Los 3 primeros meses son los de mayor peligro, sentenció la facultativa.
Acudimos cada mes emocionados a la misma cita. La doctora se ganó nuestra confianza al mostrarse siempre diligente en su trato y atención, esmerada en explicarnos a detalle su evolución y aclarando las dudas que pudiéramos tener.
La mejor parte de visitar a “La Quinientóloga” ha sido la colección de imágenes de los ultrasonidos del bebé, escuchar su corazón latir y descubrir esos huevotes cuando nos definió su sexo durante la tercera visita.
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