Cuando lo tuve en mis brazos, dispuse algunas palabras cariñosas para mi hijo. Lo saludé y traté de conversar con él sabiendo que no tendría respuesta, pero buscando su atención. Logré que soltara, a pulmón abierto, un llanto conmovedor. Las enfermeras y mi esposa me hicieron saber que en todo ese rato no había llorado para nada. Concluyeron que habría reconocido mi voz y por eso cantaba su escándalo. Cierto o no, sentí en la piel que hizo click el primer contacto con mi legado.
Tuve oportunidad de tomarle un par de fotografías y acompañarlos a él y su mamá al cuarto donde pasarían la noche. Por respeto a las normas de seguridad del hospital y la privacidad de las demás pacientes me despedí de ellos quedando volver a verlos al siguiente día. Mi suegra pasaría con ellos la noche por lo que se ofreciera. Salí de las instalaciones y marqué el número de mi madre quien aún despierta esperaba la noticia.
Mientras el teléfono timbraba, las ansias por explicarle mis sentimientos brincaban de mi pecho. En cuanto contestó le solté a boca de jarro “Está hermoso. Los 2 se encuentran bien. Los puede ver. Estoy muy contento”. Me felicitó y conmovida me dedicó hermosas palabras. Al colgar el teléfono noté que la ternura se había apoderado de mí suavizando mi dura expresión facial con una inocultable sonrisa que después de cargar en mis bazos a Carlo Damián me dibujaba el rostro.
Esa sensación me acompañó hasta el siguiente día. Después de dormir un par de horas quería salir corriendo para verlo de nueva cuenta. La sonrisa seguía firme.