martes, 3 de febrero de 2015

La ropa

Estoy envuelto en mi burbuja de alegría disfrutando el momento cuando me piden la ropa del bebé. Titubeo recordando que al llegar a la clínica, con las prisas de la urgencia olvidé bajar del carro la pañalera. Tengo que ir al cuarto donde me vestí para quitarme los atavíos de operación y ponerme mi ropa. Lo que me parece eterno. Salgo de las instalaciones y me encuentro con una lluvia torrencial. Completamente mojado llego al vehículo para recuperar la maleta y el paraguas que compré para estos imprevistos.

Regreso al cuarto para cambiarme de nuevo y descubro que mis zapatos van dejando huella por el pulcramente limpio y recién trapeado piso de la clínica de un fangoso lodo que a cada paso se diluye. Esquivo las miradas de las desconcertadas enfermeras para entregarle a una de ellas la ropa de Dante Adolfo. Así, me dispongo a utilizar de nuevo los atavíos para quirófano y poder reingresar con mi esposa.

Por fin, logran vestir a mi Príncipe Godo, quien no ha dejado de llorar con un tono mimado. Se lo presentan a su mamá mientras el cirujano cierra la herida y yo me acerco para tomar las últimas gráficas de aquel cuarto de operación. Salgo con el recien nacido rumbo a la habitación donde pasará la noche y después de una leve platica, enfermera y doctor se retiran para dejarnos solos. Momento glorioso entre los viejos.


La ropa mojada permanece tendida en el baño del cuarto esperando que pierda un poco de humedad para volverla a utilizar, pasaré un par de horas más con la vestimenta de cirugía incluido el gorro de panadero.

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