viernes, 16 de enero de 2015

Quirófano.

No existe la mínima duda en mi respuesta, es un “Sí” contundente, emana de lo más profundo de mi ser. Siempre quise estar presente en el parto de mis hijos. Ahora podría ver su nacimiento, documentarlo gráficamente y sobre todo, estar con ella en tan delicado momento. Me visto torpemente con la ropa esterilizada, sin perder detalle de cómo los galenos amarran cada uno de los aditamentos. Especialmente, batallé con el que cubre la cabeza como gorro de panadero.

Nervioso, observo todo en derredor. Muchos aparatos. Ella está recostada en posición fetal mientras la anestesian vía raquea. La ginecóloga me apunta a una silla ubicada en el rincón, entiendo que mis movimientos en el lugar se verán limitados. Aprovecho una mesa y dispongo los equipos electrónicos, cámara y 2 celulares para el archivo gráfico. Tomo fotos, video. Con su cel, con el mío. Le pido al médico que miro desocupado me tome una con ella de fondo.

Inicia el trabajo. El cirujano parece concentrado. Los médicos platican relajadamente. La enfermera atiende al que está abriendo su piel. El neonatólogo prepara algunos aditamentos. El anestesiólogo está pendiente de lo que sucede. Yo sigo en mi papel de Jack Cusstoe como si explorara un arrecife polulado por desconocida fauna marina tratando de no perder detalle desde mi rincón cámara en mano.

Me relaja ver a mi princesa tranquila. Sin embargo, me descubro ansioso. Cada momento estoy a punto de saltar de mi asiento. Deseo conocer a Dante Adolfo y en mi fuero interno pienso que estoy preparado para este evento, la realidad me tiene una sorpresa.





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