Cursaba el primer año
de mi carrera. Era un prominente estudioso del derecho que visitaba
frecuentemente la biblioteca de la UdeO, campus Los Mochis. Descubrí los
clásicos de la literatura y con ello a Dante Alighieri, quien me conmovió cuando
por primera ocasión posé mis ojos en “La Divina Comedia”. Una bien estructurada
narrativa que da cuenta de las visceralidades, virtudes y pasiones de diversos
personajes a lo largo de la historia literaria. Por ello, algunos se ganan un
castigo en el infierno, otros penan en el purgatorio, y el resto reciben su recompensa en
el paraíso.
Su nombre me convenció,
tal como su prosa. Pasó a formar parte de la lista de los Top 10 con los que
algún día nombraría a mi descendencia. De hecho, antes de Dante no
tuve una lista Top 10. Pienso que Carlo Damián pudo llevar ese nombre, sin
embargo la negociación con su madre se tornó ríspida y ésta combinación fue el
mejor acuerdo. En el fondo, siempre tuve la intención de nombrar a uno de mis
hijos como ese gran literato italiano.
De esa misma lista
tomé Adolfo, grandes personajes a los que admiro con fervor han marcado de manera providencial la historia usando ese nombre. Por eso la simpatía que siento con el sonido de sus
sílabas. En un principio tuvimos dudas y realizamos una serie de combinaciones
que no dieron frutos. Ni que decir lo enconada que estuvo la inefable negación del
resto de la familia a la que nunca tuve oportunidad de brindarle un ápice de
importancia haciendo caso omiso de las sugerencias y recomendaciones.
Ahora, agradezco a mi
princesa sea tan diligente para conmigo prestándose a cumplir mi deseo de
brindar tributo a los grandes personajes que admiro. Dante Adolfo, nos parece
brinda fortaleza y gran énfasis. Deseos que tenemos para nuestro segundo
retoño.