viernes, 12 de octubre de 2018

Disney III. El regreso.

Así pasaron las horas, un par de pausas para el lunch y la comida, el desfile de media tarde y a seguir gastando suela. La casa de Mickey fue un gran momento, Carlo Damián brincó de entusiasmo al conocerlo y tomarnos debida foto con él. Dante Adolfo reaccionó diferente. Pero estoy seguro que yo fui el más emocionado, creo por la influencia de su expansivo entusiasmo.

En la noche, el espectáculo principal consta de un desfile de carros alegóricos con los personajes del parque. Toy Story, las princesas, Cars y otros más. Esperando ese momento para terminar la jornada, me encontré divagando enfoncado en lo pesado que sería el traslado por carretera, tener que manejar de madrugada y pensar en la seguridad de la familia entera. Simulaba la sonrisa, pero después descubriría que en las fotos no parece muy convincente.

Al final, Mickey Mouse hace triunfal aparición ataviado en su rojo disfraz de mago en Fantasía, bailando y brincando como si todavía tuviera mucha pila y yo por lo contrario, que me encontraba en modo descargado, mentándole la madre por dentro, deseando que todo termine y poderme ir a descansar. Cuando Carlo Damián, quien desde el principio del desfile se encontraba en mis hombros para permitirle la vista a lo lejos del Disney Parade, profundamente exaltado, emite un sincero grito de felicidad plena, esperando que el simpático personaje pueda escucharlo, ¡Mickey! ¡Mickey! Eres mi mejor amigo…



Escucharlo tan feliz y contento, exclamando su inocente emoción, motivado e influenciado por el recorrido, al grado de expresarle así su amor fraterno al Ratón, me conmovió tanto que en ese mismo momento sentí la carga de energía y me olvidé de los pensamientos que me agobiaban. Minutos después, su mamá y yo contemplaríamos el resto del show visual del Mágico Castillo de Disney, con mis Príncipes Godos vencidos por el sueño en sus carreolas. Salimos con ellos en brazos, hasta el estacionamiento, pero contentos.

En carretera, mis 3 acompañantes se mantuvieron dormidos todo el trayecto. El que esto escribe, sin embargo, no pude deshacerme de la sonrisa. Todo había valido la pena por ese sublime momento al escuchar su grito de perenne amistad.


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