Así pasaron las horas, un par de pausas
para el lunch y la comida, el desfile de media tarde y a seguir gastando suela.
La casa de Mickey fue un gran momento, Carlo Damián brincó de entusiasmo al
conocerlo y tomarnos debida foto con él. Dante Adolfo reaccionó diferente. Pero
estoy seguro que yo fui el más emocionado, creo por la influencia de su
expansivo entusiasmo.
En la noche, el espectáculo principal
consta de un desfile de carros alegóricos con los personajes del parque. Toy
Story, las princesas, Cars y otros más. Esperando ese momento para terminar la
jornada, me encontré divagando enfoncado en lo pesado que sería el traslado por
carretera, tener que manejar de madrugada y pensar en la seguridad de la
familia entera. Simulaba la sonrisa, pero después descubriría que en las fotos
no parece muy convincente.
Al final, Mickey Mouse hace triunfal
aparición ataviado en su rojo disfraz de mago en Fantasía, bailando y brincando como
si todavía tuviera mucha pila y yo por lo contrario, que me encontraba en modo
descargado, mentándole la madre por dentro, deseando que todo termine y poderme
ir a descansar. Cuando Carlo Damián, quien desde el principio del desfile se
encontraba en mis hombros para permitirle la vista a lo lejos del Disney Parade,
profundamente exaltado, emite un sincero grito de felicidad plena, esperando que el simpático personaje pueda escucharlo, ¡Mickey! ¡Mickey!
Eres mi mejor amigo…
Escucharlo tan feliz y contento,
exclamando su inocente emoción, motivado e influenciado por el recorrido, al
grado de expresarle así su amor fraterno al Ratón, me conmovió tanto que en ese
mismo momento sentí la carga de energía y me olvidé de los pensamientos que me
agobiaban. Minutos después, su mamá y yo contemplaríamos el resto del show
visual del Mágico Castillo de Disney, con mis Príncipes Godos vencidos por el
sueño en sus carreolas. Salimos con ellos en brazos, hasta el estacionamiento,
pero contentos.
En carretera, mis 3 acompañantes se
mantuvieron dormidos todo el trayecto. El que esto escribe, sin embargo, no
pude deshacerme de la sonrisa. Todo había valido la pena por ese sublime
momento al escuchar su grito de perenne amistad.