miércoles, 15 de enero de 2014

Clases.

El calor de Septiembre se sentía intenso, era temprano por la mañana. Me encontré con unas maestras muy simpáticas. Con singular muestras de afecto se referían a Carlo Damián. Noté en la Directora una servil pasión por la atención de los niños. Pañalera al hombro, después de analizar las instalaciones, les entregaría mi más grande tesoro para su cuidado.

Me despedí de él con la voz entre cortada, aunque la testosterona me impedía expulsar algunas lágrimas sabía que mientras más tiempo durará en el lugar, menos me iba a poder contener. Nunca tuve dudas de que estaría en buenas manos. Siempre he creído en el profesionalismo de esas educadoras. Día con día se han ido ganando mi respeto para su labor.

Alguna vez me lo entregaron aruñado o mordido por otro niño. Me enfurecí, pero me vi obligado a  tolerar que en el trato con otros infantes ese sea el riesgo que corra. Una vez me lo reportaron por peleonero, sólo pude contestar “Una de cal…” En fin, cada ocasión que lo recogemos en la Guardería suponemos una aventura nueva. Veo a mi hijo más despierto y explotando habilidades desde académicas hasta sociales.

Carlo Damián se muestra contento por el trato que recibe, de hecho, algo me dice que es el consentido. Desde aquel primer día de clases, su paso por la guardería ha sido genial.

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