El calor de Septiembre se sentía intenso, era temprano por la mañana.
Me encontré con unas maestras muy simpáticas. Con singular muestras de afecto
se referían a Carlo Damián. Noté en la Directora una servil pasión por la
atención de los niños. Pañalera al hombro, después de analizar las
instalaciones, les entregaría mi más grande tesoro para su cuidado.
Me despedí de él con la voz entre cortada, aunque la testosterona me
impedía expulsar algunas lágrimas sabía que mientras más tiempo durará en el
lugar, menos me iba a poder contener. Nunca tuve dudas de que estaría en buenas
manos. Siempre he creído en el profesionalismo de esas educadoras. Día con día
se han ido ganando mi respeto para su labor.
Alguna vez me lo entregaron aruñado o mordido por otro niño. Me
enfurecí, pero me vi obligado a tolerar
que en el trato con otros infantes ese sea el riesgo que corra. Una vez me lo
reportaron por peleonero, sólo pude contestar “Una de cal…” En fin, cada
ocasión que lo recogemos en la Guardería suponemos una aventura nueva. Veo a mi
hijo más despierto y explotando habilidades desde académicas hasta sociales.
Carlo Damián se muestra contento por el trato que recibe, de hecho,
algo me dice que es el consentido. Desde aquel primer día de clases, su paso por
la guardería ha sido genial.
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