martes, 8 de noviembre de 2011

El primer pañal.

Desde lejos miraba a mi esposa cambiar el pañal del bebé cuando se encontraba sucio. Como si tuviera tareas más importantes y fuera imprescindible mi presencia me apartaba de la dantesca escena. En alguna ocasión mi suegra me agarró desprevenido y cuando menos pensé me pegó de golpe la patada porque le quitaba la zapeta bien cargada y en su amplitud embarrada. Debo recalcar que lo limpiaba con singular maestría, lo que llamó mi atención.

Así, dispuesto a atender mis prolongadas pero inevitables obligaciones paternas me deshice del escrúpulo y decidí cambiarle el pañal a mi hijo. Cuando abrí aquel empaque y me percaté del amarillento contenido quise hacer una mueca demostrando mi nasal sufrimiento, pero por alguna extraña razón no me pareció asqueroso ni repugnante. Batallé un poco al deshacerme de la mancha, pero rápidamente encontré la pericia para concluir bien librado la tarea. Desde aquel primer pañal que cambié, cada ocasión que tengo oportunidad lo atiendo gustoso.

Sin embargo, al realizar esta nueva labor me di cuenta que la inexperiencia se apoderaba de mi esposa al momento de abordar la faena y terminaba por gastar hasta 8 toallas húmedas para limpiar el pequeño trasero de Carlo Damián. Meticuloso como siempre he sido, decidí perfeccionar la técnica y solamente utilizar 1, máximo 2 toallas al atender su higiene. Ahora, soy un experto y no me importa cambiarlo incluso cuando estoy comiendo. Lo que uno hace por sus hijos.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Alcahuetes abuelas.

El temor de padres primerizos se apoderó de nosotros y fuimos a parar con el pediatra para que consultara al cachorro. Obstrucción en las vías respiratorias y frecuentes espasmos gastrointestinales era nuestro diagnostico. “No tiene nada”, concluyó el médico después de auscultarlo. Después de cuestionarnos y con un perceptible buen carácter, además de chocarrero, el facultativo dispuso algunas observaciones para ambos.

Lo que pareció más bien una regañada en buenas palabras, concluyó en cuidar 3 aspectos: 1 Darle de comer a sus horas. 2 Sacarle el aire para no provocar cólicos. 3 Cuidar de no cargarlo mucho tiempo en los brazos para que no se acostumbre a ellos. Así, llegamos a casa estableciendo un acuerdo con las alcahuetes abuelas para que lo dejen de cargar a la primera provocación o le den de comer al primer quejido. De esa forma, nos hemos librado de muchos dolores de cabeza.

La guerra sin contemplación sigue cada día con ambas figuras maternas. A mi chaparrita le debemos dejar en claro que ya comió suficiente cada ocasión que propone darle más comida. Ella sigue intentando engordarlo. Mi suegra corre con él por la calle donde vive presumiéndoselo a los vecinos. A pesar de su gran corazón, ambas han respetado nuestras decisiones y por mucho, han sido de gran apoyo en la conducción de esta nueva etapa en nuestras vidas.



Pañalera al hombro.

Las primeras noches me pasó inadvertido el comportamiento del bebé, entre mi madre y mi esposa lo atendían. Al llegar del trabajo, traté de pasar un momento con él ya sea dándole biberón, durmiéndolo e incluso cambiando algún pañal. Me di cuenta que a pesar de la inexperiencia soy muy bueno para realizar esas actividades. Lo tomo de los tobillos, retiro la zapeta sucia, limpio y le pongo una nueva con 1 sola mano. Sin embargo, eso no ha sido suficiente.

Una ocasión que acudimos al pediatra, me acerqué a la entrada de la clínica para que la mamá, junto con el bebé, fuera ingresando en lo que este humilde redactor conseguía estacionar el vehículo. Por las premuras, y admito que la falta de concentración jugó papel importante, olvidé bajar la pañalera conmigo. Cuando los alcancé, ella notó que me hacía falta y recibí mi primera llamada de atención pública.

Uno entiende que hizo mal, pero que se lo reprochen delante de toda la gente es vergonzoso. Las demás mamás se te quedan viendo como diciendo “Pinche desconsiderado”. Además realizan movimientos de negación con la cabeza mientras se susurran una a la otra. Me imagino que han de decir entre ellas, “Si así se porta ahorita que va naciendo no quiero saber en 10 años”, o el clásico “Pobre mujer, lo que le depara con ese huevón”. Todo ese espectáculo a pesar de ser el único hombre presente acompañando a su esposa. Están cabronas.

Desde entonces, y para evitar esos momentos embarazosos, salgo de casa con la pañalera al hombro y estoy pendiente de cuando se ofrece utilizar los aditamentos que la conforman.


jueves, 3 de noviembre de 2011

Momento a solas.

Las visitas médicas concluyeron que el bebé presentaba un excelente diagnostico de salud después del nacimiento y que la madre se había portado como digna guerrera reponiéndose muy bien de su intervención quirúrgica. Para media tarde esperábamos a una trabajadora social para que firmara los últimos documentos de salida y por fin dirigirnos a nuestro hogar.

La salida del nosocomio se dio sin contratiempos. El trayecto a casa fue algo tortuoso para la mamá que resentía sensiblemente el paso por cada bache de la ciudad. Al llegar, un arreglo de globos encabezados por una cigüeña los esperaba. Minutos después hacían su aparición un par de mis cuñadas queriendo conocer a su sobrino y preguntando por su hermana. El orgulloso abuelo materno parecía contento exclamando lo bonito que se le hacía su nuevo nieto.

Durante la noche, una vez que las visitas partieron, tuve mi primer momento a solas con Carlo Damián, quien me miraba a los ojos como si quisiera contarme algo. Hablé con él y quise poner atención a sus gestos para comprender algo de lo que expresaba. Asombrado, me percaté que ese pequeño bebé en mis brazos significa la mayor fortuna que pueda describir con mi aliento. No quería dormir, pensaba serían momentos en los que perdería esa alegría y convivencia. Podía pasar la noche despierto contemplando a mi hijo.