Erika es la hermana
mayor de mi esposa. Su carácter es siempre afable y su ánimo no se trastoca
fácilmente. Sencilla en el trato. Es una gran madre, sus hijos están forjados
bajo la disciplina y el amor. Su casa es un cristal reluciente, siempre limpia
y ordenada. Ella lo pidió, va a cuidar de Dante Adolfo cuando Arely regrese a
trabajar. Encantado he mostrado mi simpatía con la idea.
Pasan los meses y
encuentro que su marido, Paco, un tipo generoso y de muy buen corazón,
constantemente nos hace ver lo mucho que se han encariñado con mi hijo. Pienso
que convivir diariamente con Dante Adolfo le ha recordado esos bellos momentos
que te deja la paternidad. Paquito e Ingrid ayudan con la tarea, juegan, toman
fotos, afinan el lazo fraternal. Mi viejo es un integrante más de esa casa.
Ahora, cada ocasión
que los visitamos fuera de rutina, con sólo estacionar el vehículo, Dante
Adolfo estalla en alegría y le grita “Mamá” a mi cuñada. Si Erika lo agarra en
brazos se despide de sus padres diciendo adiós con un movimiento de manos y
volteando la cara. Llora cuando lo subimos al carro para marcharnos. Hace
berrinche porque desea quedarse un momento más. Está tan acostumbrado a ellos.
Así será hasta que cumpla el primer año, cuando entonces tendrá que acudir a guardería, la misma a la que asiste su hermano.
Así será hasta que cumpla el primer año, cuando entonces tendrá que acudir a guardería, la misma a la que asiste su hermano.